No perder nunca el control o la paranoia offline

Todo el mundo le tiene miedo a los hackers, al phishing y a otro tipo de delincuentes de Internet. Pero esta historia no va sobre el mundo online, sino de la vida real, y te enseñará a estar siempre alerta.

Era una agradable noche de sábado, cuando un amigo mío  recibió, de repente, un SMS notificándole que se había realizado un pago con su tarjeta de crédito de nada menos que de 550 euros… en Grecia. Pero, ¿ qué…? Fue lo único que pudo decir. Mientras nos enzarzábamos en una acalorada discusión y llamábamos al banco para bloquear la tarjeta, los griegos no dejaron pasar ni un segundo y ya le habían hecho perder a mi amigo otros 1.200 euros.

Esto pasó hace 6 meses. El banco, del que no diré el nombre, pero sí que no es un banco de calidad,  se negó a cubrir la pérdida. Mi amigo recurrió a su esposa, que es abogada y entiende del tema, para demandarles. El resultado: perdieron el caso, el tribunal falló a favor del banco.

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Los argumentos que utilizó el banco para su legítima defensa eran bastante sencillos: para la transacción del cajero automático griego se utilizó una tarjeta de crédito y código PIN correctos, que es suficiente para autorizar la operación. Las pruebas que demostraban que el dueño de la tarjeta se encontraba fuera de Moscú en aquel momento eran abundantes, pero no suficientes.

Todos somos conscientes de la multitud de hackers, phishers y otros inadaptados que buscan constantemente formas de robarnos nuestro dinero y datos de nuestros dispositivos. Pero esta historia no va sobre Internet. El hecho de que los culpables utilicen una banda magnética y un PIN demuestra que todo se estaba haciendo de forma offline.

Es probable que la tarjeta se hackeara cuando mis amigos fueron a una estación de esquí búlgara. Utilizaron la tarjeta para pagar en varios restaurantes de la zona y los camareros se llevaron la tarjeta, dándoles la oportunidad de escanearla. Igualmente,  mirar el  PIN mientras lo introduces en el datáfono no es complicado: por lo general nos sentimos intimidados a la hora de tapar los números del código con la mano cuando pagamos, como si nos avergonzáramos, pensando que alguien puede considerarnos un bicho raro.

Pero ¿qué pasa con el cifrado del chip? Bueno, no había cifrado, ya que no había chip. El banco cree que es mejor utilizar tarjetas de crédito básicas con bandas magnéticas, a pesar de que en ese caso, la falsificación se convierte en un juego de niños, incluso para delincuentes de poca monta.

La segunda historia me pasó a mí. Fui a una conferencia en Estados Unidos acompañado de varios amigos y compañeros. Decidimos dedicar  parte de nuestro tiempo allí para hacer una pequeño excursión por el norte de California, ver los baños termales y las secuoyas, hacer algo de senderismo y respirar un poco de aire fresco. Al llegar a San Francisco alquilamos un coche y nos fuimos al norte. Después de un vuelo agotador, paramos en un pequeño pueblo para descansar un poco.

Dejamos el coche aparcado a unos metros de distancia de la cantina, con el equipaje en el maletero (¿qué puede pasar? Estamos en Estados Unidos después de todo, aquí hay seguridad). Todos habíamos estado ya un par de veces a Estados Unidos, así que utilizamos el cansancio como excusa para ser más laxos con la seguridad.

Después de una media hora, llenos y satisfechos, salimos de la cantina y nos encontramos con que una de las ventanas del coche estaba rota, y que nuestro equipaje había desaparecido junto con todo el contenido de valor que tenían: ordenadores, cámaras y muchos otros objetos de valor, incluidos nuestros pasaportes.

Lo que más nos chocó fue que ninguno de nosotros habría dejado cosas de valor en un coche en Moscú, en especial la documentación, todo el mundo sabe que es peligroso.

Ante la gravedad de la situación decidimos llamar al 911 para escuchar cómo las señoritas nos sugerían que pusiéramos una queja online (sin ordenadores, claro). Insistimos en que nos enseñaran la grabación de las cámaras de seguridad de la cantina (en vano). Recorrimos los alrededores (con la esperanza de que el ladrón se hubiera librado de algún objeto innecesario). Condujimos por toda la ciudad en busca de un descampado (nuevamente sin suerte y en mitad de la noche).

Incluso intentamos hacer autoestop con un coche de policía. Hablamos con comisarios que empática y cansinamente, admitieron que no nos servirían de ninguna ayuda, explicándonos que el barrio era peligroso y ese tipo de cosas pasaban a diario. Nos imaginábamos lo engorroso que sería volver a San Francisco al día siguiente e ir al consulado para solucionar los documentos necesarios para volver a casa.

Tuvimos suerte. A la mañana siguiente, la gestión de un hotel cercano encontró los pasaportes y las mochilas expoliadas. Encontraron documentos que indicaban donde nos habíamos alojado y llamaron para comprobarlo. Gracias al universo que existen personas así en el mundo.

Por supuesto, todos los objetos de valor habían desaparecido, incluidas unas carísimas gafas de Carl Zeiss. Más de 10.000 dólares en total. Decidimos seguir con el viaje, aunque tuvimos que recurrir a las mediocres cámaras de nuestros teléfonos móviles para fotografiar paisajes de increíble belleza.

Lo que más nos impresionó  fue que ninguno de nosotros habría dejado cosas de valor en el coche en Moscú, en especial documentación: todo el mundo sabe que es peligroso y que nunca recuperaría sus pertenencias si pasara algo.

¿Cuál es la moraleja?

Las vacaciones de Navidad están cerca. Algunos pasaremos unos días en el extranjero. Otros nos quedaremos en casa. Independientemente de cuáles sean tus planes, querrás descansar  y no tener que pensar en tus problemas diarios.

Hazlo, pero un poco de paranoia sana no hace ningún daño. Tiene su mérito, incluso en vacaciones.

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